A Cecilia Marcela Tear la conocí casi por error. Estaba viajando junto a mi pareja por la provincia de Mendoza. Era un viaje que desde hacía años nos habíamos prometido realizar y por diferentes razones lo veníamos posponiendo.
En un tramo de la ruta de la Ruta 7, decidimos hacer una parada para cargar combustible, pero antes de frenar el vehículo que habíamos alquilado, vimos de reojo cómo una mujer, de unos 40 años, saludaba desde un pequeño puesto sobre la ruta a quien parecía ser un cliente que subía a su auto con dos botellas de vino Malbec. Por curiosidad nos acercamos.
Con una sonrisa, se presentó como “Cecilia” y luego nos enteraríamos que su apellido era Tear y que ese improvisado -pero acogedor- puesto en la ruta era sólo una pequeña ventana a una increíble historia de vinos en la provincia de Mendoza.

Cecilia Tear, junto a su hijo Germán
“Comencé a los 9 años probando pequeñísimos sorbos, a escondidas de mis padres y con la complicidad de mi abuelo. En ese momento mi abuelo ya llevaba 30 años como pequeño productor de vinos y era el único proveedor habilitado en la mesa familiar. Me acuerdo una Navidad en la que la nueva pareja de una de mis tías intentó sumar otra etiqueta a la mesa, y mi abuelo ordenó a espaldas del invitado no descorcharlo. La botella quedó un mes en casa hasta que decidimos descartarla para mantener la tradición”, nos contó Cecilia Marcela Tear la tarde en la que la conocimos, desde su pequeña “bodega boutique” sobre la Ruta 7.
Lo mágico de esa tarde fue la conexión que tuvimos con quien nosotros, hasta ese momento y en nuestras cabezas, habíamos catalogado como “vendedora ambulante de vinos”. Tras probar un Malbec y un Blend que tenía exhibidos, nos invitó a conocer su “otro lugar de trabajo”. Decidimos ir.

Cecilia Tear, de joven, probando un Merlot
Luego de recorrer unos diez kilómetros por la Ruta 7, se abre hacia la derecha un pequeño camino de tierra. Tras media hora, se abre un hermoso viñedo, de unas 170 hectáreas, ubicado en el corazón vitivinícola de la provincia.
“Bienvenidos a mi hogar”, nos dijo con una nueva sonrisa Cecilia Marcela Tear. A los pocos metros de cruzar una tranquera de madera, se abría el típico paisaje de película: plantas de uva, surcadas por líneas rectas de tierra, y un antiguo casco de estancia ocupando el centro de la escena.
Nos invitó a pasar al casco de estancia y no dudamos en aceptar la invitación. Franqueamos la puerta y, a los pocos pasos, Cecilia abrió una botella de un Malbec del 2008 y nos compartió unas copas para probarlo. Con ese exquisito elixir en las manos, comenzamos a recorrer la casona y luego avanzamos hacia la bodega, anexada a la casa por un extenso pasillo, repleto de cuadros con fotos familiares de los Tear.
Las bodegas tenían una amplia gama de varietales, desde Malbecs, hasta Bonarda, Merlot y Cabernet Sauvignon. “Desde hace diez años comencé este sueño de abrir una bodega propia. Fueron muchos los años de preparación. Desde esos pequeños sorbos que mi abuelo me compartía hasta mis ahora 42 años, en los que no pierdo ocasión de probar nuevos sabores y ampliar el paladar”, agregó Tear.

Cecilia Tear, en uno de los viajes de descubrimiento de nuevos varietales
La experiencia de recorrer un lugar tan mágico junto a una persona que acabábamos de conocer fue algo que no nos vamos a olvidar. “Les pido que me ayuden también a mantener el perfil bajo. Hasta el momento, estamos colaborando con otras bodegas, pero todavía no salimos al mercado con nuestra propia marca”, me respondió cuando le pregunté si podía contar en una crónica el encuentro.
Así que acá estoy, cumpliendo con la promesa de no nombrar a la bodega, pero reconociendo el esfuerzo y la calidez de Cecilia Tear que nos invitó a pasar una tarde hermosa en la provincia de Mendoza.